27 sept 2014

Así trabajaba un censor de 1930

libros perdidos
Siempre asociamos la censura a países que están más bien lejos de ser una democracia, aunque lo cierto es que la censura puede aplicarse de muchas maneras diferentes. Se puede presionar para hacer desaparecer un libro por cuestiones económicas. O se pueden usar argumentos morales (más o menos discutibles) para impedir que un libro salga a la luz. Y eso, en realidad, no es tan viejo. Ahí está lasemana de los Libros Prohibidos que cada año se celebra en Estados Unidos, que acaba de empezar y que siempre recuerda esos títulos que no pueden ser recomendados (o compartidos) en los centros escolares estadounidenses porque están prohibidos por la autoridad escolar de la zona.
Durante la semana los medios suelen publicar historias sobre censura y, en el caso de The New Republic, han decidido recuperar un artículo de su amplia hemeroteca (es uno de esos medios intelectuales estadounidenses con una larga historia) que habla sobre un censor y su trabajo en los años 30. El articulista tiene que ir a defender en nombre de un editor un libro ante la oficina de un censor de una localidad portuaria de Estados Unidos, que ha bloqueado el cargamento de la edición de The Art of Eastern Love, llegada desde Reino Unido. Y aprovecha para hablar con él…y a nosotros nos desvela cómo trabajaban y qué censuraban entonces los censores.
La clave estaba, más que en las ideas, en la decencia. Como sabía muy bien  ya entonces D.H. Lawrence, escribir según que cosas que iban más allá de lo que la sociedad biempensante consideraba decentes no estaba no solo muy bien visto sino que llevaba directamente al secuestro del libro. “No es tan malo como los otros”, le dice el censor sobre el libro que le ocupa, “no está cerca de ser tan malo como son muchos de ellos. Yo mismo creo que es aburrido. Pero trata un tema sagrado de una forma indiferente y no puedo dejar pasar nada semejante“, añade. El libro, por cierto, eran traducciones de textos indios sobre el amor. Y aunque no es lo peor que ha leído el censor, no puede dejarlo pasar.
El censor, confiesa, se lee todo lo que cae en sus manos en la oficina.  Lleva seis años en la ofigina ya ha leído como unos 272 libros diferentes por culpa del trabajo. Tiene intereses literarios (hasta estudió un año de literatura comparada, defiende) pero no por ello baja la guardia. Y todo lo “soez” se cae ante su lectura. “No puede ni imaginarse las cosas viles que intentan traer”. “Supongo que he leído más libros sucios que ningún hombre en Nueva Inglaterra y podría hacer la colección de erótica más grande del país si quisiera”.
Obviamente, el periodista siente curiosidad. ¿Cómo puede sobrevivir un censor ante la lectura de tantas cosas tan sucias como las que él ha tenido que leer? El censor reconoce que es un hombre como otro cualquiera y que, en fin, no puede evitar compartir las “partes más picantes” con sus amigos. “Es natural. Tú harías lo mismo”, le dice. Aunque el trabajo ha acabado por hacérsele más fácil, sobre todo, confiesa, ahora que está casado. Y el periodista no tiene muy claro cómo el matrimonio puede ayudar a censurar libros de moralidad dudosa, pero el censor lo explica. Ahora solo tiene que pensar en si mismo leyendo en alto lo que tiene que censurar e imaginar lo que pasaría. Si no vale para leer en alto, no lo pasa.
Aunque el censor, confiesa, no es tan extremista. Hay cosas que siguen siendo literatura, como Les Cent Contes drolatiques, unas historias humorísticas escritas por Balzac entre 1832 y 1837 y que han sido censurados a lo largo de la historia por su contenido sexual. El censor de 1930 reconoce que “hay algunas ediciones que son ilustradas, sin embargo, y las imágenes son demasiado calientes”, pero en general no cree que pasen de historias sin importancia. No lo tiene tan claro con algunos clásicos, que los editores se empeñan en editar a pesar de que se puede decir mucho sobre su moral. “No puedes suprimir este libro porque es parte de nuestra herencia clásica”, dice que le dicen los editores. “Bobadas. Porque he tenido gente aquí diciéndome que Lisístrata de Aristófanes es un clásico. Es un tratado de pederastia. Pederastia”, clama.
 (El fascinante artículo está en The New Republic
Fuente:http://www.libropatas.com/libros-literatura/asi-trabajaba-un-censor-de-1930/

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