31 oct 2012

La digitalización es conocimiento


POR DAVID MONNIAUX



Internet amplió el acceso a libros y publicaciones periódicas fuera de la Academia. El debate pasa ahora por La calidad de los contenidos de la Web.

La digitalización es fantástica para acceder al conocimiento. Libros de papel, periódicos y revistas tienen algunas ventajas (por ejemplo, se puede “navegar” sobre ellos), pero muchas veces no se los puede encontrar completos, y muchos sólo están disponibles en bibliotecas especializadas. Las bibliotecas no tienen infinito espacio y a veces tienen que desechar libros que nadie pide. Acceder a los libros implica a veces viajar hasta la biblioteca local. Pero no todos vivimos en ciudades con buenas bibliotecas, o siquiera con alguna biblioteca. Ni todas tienen un servicio de préstamo inter-bibliotecario. Muchos de los que opinan sobre los peligros de la digitalización parecen olvidar que no todo el mundo es un académico con posibilidad de acceso a las bibliotecas universitarias. La digitalización permite que cualquier persona con acceso a Internet pueda obtener esos documentos directamente desde su casa.

La digitalización también plantea peligros puntuales. Los recursos estatales son reducidos en muchos países y en ellos la digitalización puede parecer un gasto no esencial, por lo cual resulta tentador dejar que corporaciones privadas (como Google) hagan el trabajo. Sin embargo, las organizaciones públicas y privadas que asumen el gasto de la digitalización podrían aspirar a algún tipo de “rédito de la inversión”. En general, exigen algún derecho de autor sobre los datos digitalizados, incluso si las obras forman parte del dominio público (en Europa, esto ocurre 70 años después de la muerte del autor). Las bases jurídicas de estas exigencias pueden no ser claras: en Francia, por ejemplo, no existe un “derecho de autor” en sí, sino el “derecho del autor” que reclama la autoría. Pero el escaneo como actividad mecánica no presupone creatividad ni autoría. Por eso, para muchas organizaciones resulta muy tentador exigir modificaciones legales que les permitan obtener una especie de derecho oficial a cobrar por lo que está en el dominio público.

Un segundo peligro concierne a la interoperabilidad y a la limitación de derechos de los usuarios. Leer un libro en papel no requiere ningún equipamiento y una vez comprado, uno no precisa autorización del editor para leer el libro o prestárselo a un amigo. En cambio, los documentos digitales se venden en formatos específicos que requieren software compatible. Algunos de estos formatos incorporan DRM: sistemas de gestión de derechos digitales que limitan lo que el usuario puede hacer con los documentos (sí ver pero no imprimir, por ejemplo), por lo cual algunos los llaman “esposas legales”.

Algunos sitios permiten al usuario ver una página por vez, pero no descargar el documento entero para emplearlo fuera de Internet. Incluso si un usuario compra un contenido para usarlo fuera de Internet, es posible que no pueda adquirirlo plenamente sino sólo obtener algunos derechos limitados y revocables. Además, los sistemas DRM suelen ser implementados en forma precaria lo que implica nuevas incompatibilidades. La obsolescencia también puede volver ilegibles determinados documentos digitales. El software que se empleó al crearlos veinte años atrás puede resultar ahora inaccesible. Los medios de almacenamiento cambian con mayor frecuencia cada vez (se incrementa la densidad de los medios, las interfaces son más rápidas) y también pueden deteriorarse con el tiempo. Si alguien escribió un texto en su computadora en 1980 y lo almacenó en un floppy disk , seguramente ese disco es hoy en día ilegible (se desmagnetizó, o no hay lectores que los descifren o el procesador de palabras utilizado ya no está disponible, etc.).

Por último, una crítica habitual a los esfuerzos de la digitalización (especialmente los de Google) es que no acatan los estándares profesionales de las bibliotecas: por ejemplo, puede ser que no distingan entre diversas ediciones de un mismo libro –algo relevante en ciertos trabajos académicos.

Para mí éste es el problema menor porque tiene un impacto limitado. Una dificultad que aparece cuando se discute el vínculo entre conocimiento y digitalización es que diferentes tipos de usuarios tienen necesidades y expectativas diferentes.

El libro “ Googléame” (FCE, 2008) de mi colega Barbara Cassin recibió críticas muy favorables de algunos periodistas e intelectuales, y eso despertó mi curiosidad. No es común encontrar a filósofos discutiendo sobre motores de búsqueda y computación. Pero me decepcionó. A mi juicio, dice cosas obvias.

Que Google ranquea las páginas web y documentos no de acuerdo con un juicio académico sino según criterios lexicográficos superficiales (aparición de palabras clave en la página) combinados con la popularidad iterativa (el famoso algoritmo PageRank). Que el traductor de Google opera con mecanismos igualmente superficiales y que suele producir resultados hilarantes. El libro de Cassin propone algunas sugerencias muy ingenuas sobre cómo mejorar estos motores de búsqueda: parece que su autora ignora la inmensa cantidad de trabajo que existe en esa línea y las dificultades específicas que afronta (cualquier técnica que se intente aplicar a la Web tiene que tener costos limitados, para un conjunto muy amplio de datos).

Me di cuenta de que aunque lo que Cassin decía era obvio, banal e ingenuo para mí, podía no serlo para la audiencia a la que estaba dirigida (¿periodistas?, ¿académicos del ámbito de las humanidades?). Es gracioso. Esto mismo es lo que piensa mi colega sobre Wikipedia: según ella, es útil para quienes no saben nada sobre un tema, pero fastidiosamente insuficiente para quienes conocen sobre ese tema. Cassin se queja de que no aprendió nada leyendo artículos de Wikipedia sobre filósofos griegos, tema en el cual ella es experta. Yo tampoco aprendí nada sobre Google leyendo su libro, salvo algunas anécdotas que no aparecían jerarquizadas por ninguna fuente confiable. La simetría es asombrosa.

Refiriéndose a quienes elaboran Wikipedia, Cassin se pregunta en su libro: “¿Qué significa dar a los que nada saben aquello que los que saben ya no quieren para sí mismos?”. Yo tengo una respuesta: significa escribir para el lego. O incluso (en cuestiones de alto nivel de especialización), enseñar. Seguramente al académico le van a molestar los documentos sobre su especialidad escritos por un lego. En casa recibo tres revistas científicas: dos publican artículos largos, escritos por académicos, y la tercera publica reseñas y noticias más livianas. Yo prefiero las dos primeras por la profundidad de su contenido, pero para muchos amigos son muy difíciles de leer y disfrutan en cambio de la tercera.

Describo la situación como si los artículos de Wikipedia estuvieran escritos en su mayoría en un nivel elemental, en términos de un lego –contra esto protesta Cassin–; sin embargo la situación es mucho más matizada. Muchos critican los artículos de Wikipedia, sobre todo en matemáticas y ciencias exactas, por ser de un nivel demasiado alto, como escritos por investigadores y graduados universitarios para beneficio de sus pares. Y efectivamente algunos están escritos por expertos.

Como ocurre a menudo con Wikipedia, la dificultad radica en la falta de uniformidad de los artículos. Entre la biografía de un político local y un artículo sobre un tema científico especializado (la jerarquía polinómica de las clases complejas) hay muy poco en común. A la primera la puede editar cualquiera: el propio político, uno de su equipo o un enemigo. La segunda seguramente estará escrita por un experto, por la sola razón de que sólo alguien con conocimiento avanzado iría a buscar información sobre un tema como ese.



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