11 dic 2008

Los libros y los chocolates


El “libro objeto” en la literatura infantil
por: erika marcela zepeda montañez

No hace muchos años, cuando iniciaba mi vida en la lectura, experimenté por primera vez frente al estante de la biblioteca (y luego de la librería) un sentimiento parecido al que sufren muchas personas al entrar a una chocolatería. ¿Seguro ya saben a qué me refiero?, una extraña ola de avaricia (casi incontrolable), de ganas de salir corriendo con los bolsillos atestados de caramelos o chocolates...

A pesar del tiempo (en menor o mayor grado), nunca me ha abandonado dicha sensación. Y cada lomo de libro ha parado en representar para mí en una caja de atrayentes caramelos, dispuestos a ser devorados. Este es el destino del amante de los libros, eternamente marcado por la sorpresa: siempre habrá una nueva edición (o vieja) que aliente más su insaciable hambre de palabras.

Estas líneas están hechas para estos enamorados de los libros, que sabrán tomar o dejar lo que les apetezca, pues quiero compartir con ellos el último bocadillo que me he topado en las librerías.

Desde la antigüedad se han utilizado todo tipo de materiales para transmitir, por medio de los libros, ideas y sentimientos al resto de los seres humanos (contemporáneos o futuros). Los soportes han sido diversos: desde huesos de animales hasta la más fina seda china, pasando por el bambú, escamas, piedra, madera, papiro, palma seca y un largo etcétera.

Debido a sus altos costos, a la larga elaboración y al gran número de analfabetas, los libros eran creados para los reyes y las altas clases sociales, y algunos de ellos (los libros sagrados, por ejemplo) sólo podían ser tocados o mirados por ciertas personas. El libro era un lujo que sólo algunos privilegiados se podían dar.Es a partir del invento de Gutenberg cuando el libro sale de las manos de las élites y entra a la vida de las clases sociales inferiores. En ese momento (y después con la Revolución Industrial), prácticamente sólo se necesitaba papel, cartón, tinta y pegamento para transmitir a futuras generaciones todo: desde las inmortales líneas de Hamlet hasta el más barroco poema gongorino. Los libros abandonaron los pergaminos, los lápices de grafito y los copistas...y, si el lector me lo permite, saltaré cientos años de historia del libro para acercarme un poco a nuestro tema.

El siglo XX, en su multitud de estéticas y corrientes de pensamiento, nos trajo muchos regalos, entre ellos: el cambio de significado del libro. De ser un transmisor de información o contenedor (de poesía, ciencia, etcétera), se convirtió en portavoz de su propio lenguaje. Este fenómeno es lo que muchos eruditos han dado por clasificar como “libro-objeto”. Con esto me acerco todavía más al tema que nos reúne en estas líneas (a uno escribiendo y a otro leyendo): el “libro-objeto” en la literatura infantil.

Todos aquellos lectores que han superado esos prejuicios sobre la literatura infantil, sabrán que al leer textos para niños no se encuentran con literatura “a medias” ni con una imitación de los cuentos o novelas dirigidos para el lector adulto: se enfrentan a un mundo estético diverso al que están acostumbrados.

Las historias creadas para niños no intentan imitar a los textos para adultos; sino que, con elementos precisos (lectores de edad determinada, vocabulario, entre otros) crean mundos y lenguajes que de otra forma no existirían… La luna puede caer del cielo o tocar su panza igual que un tambor, los coyotes y conejos se engañan hasta la eternidad, los pozos son mágicos y guardan secretos inconfesables… Las opciones son infinitas. Y a esta estética en particular, se debe la unión entre la literatura infantil y su nuevo aliado.

Gracias a la importancia e intensidad de las imágenes (y accesorios) en el “libro-objeto” podemos encontrar en las librerías verdaderos bocadillos de la literatura infantil. Cuentos, poemas y obras de teatro contados en páginas inflables (para la bañera) o que necesiten alguna pieza de rompecabezas para terminar.

¿Otros ejemplos? Algunos libros poseen páginas que se abren y cierran a manera de acordeón y que cuentan historias diferentes en cada uno de sus lados.

Con estos datos podemos entender ahora la especial relación que se entabla entre los textos infantiles y el fenómeno del “libro-objeto”. El lector infantil no se topa con las “aburridas” páginas llenas de letras y más letras, sino que encuentra un ”juguete” que además cuenta una historia interesante... ¿Qué más se puede desear?Para terminar, he de confesar que aunque este pequeño universo de joyas visuales-textuales es exclusivo para los lectores infantiles, muchos lectores adultos atestamos las librerías en espera de la novedad... Claro, como se espera fuera de la dulcería.

Destacado: Este es el destino del amante de los libros, eternamente marcado por la sorpresa: siempre habrá una nueva edición (o vieja) que aliente más su insaciable hambre de palabras, y estas líneas están hechas para estos enamorados de los libros, que sabrán tomar o dejar lo que les apetezca.

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