1 nov 2008

“La innovación se ha convertido no tanto en la ideología como en la religión del siglo XXI”

Entrevista con Igor Sádaba sobre la propiedad intelectual



Salvador López Arnal
Rebelión



Igor Sádaba es profesor del departamento de Ciencia Política y Sociología de la Universidad Carlos III de Madrid. Ha investigado y publicado diversos artículos sobre patentes y conflictos sociales. Sus líneas de investigación incluyen los dilemas morales sobre la propiedad del conocimiento y las patentes de la materia orgánica. Muy recientemente ha publicado en Libros de la Catarata: Propiedad intelectual. ¿Bienes públicos o mercancías privadas?



¿A qué llamamos propiedad intelectual? ¿Qué derechos genera?

La propiedad intelectual, en un sentido amplio y genérico (tal y como se usa el término en el mundo anglosajón), es un tipo especial de propiedad, un régimen de apropiación y acceso a los bienes cognitivos y a sus aplicaciones. Comprende diferentes modalidades (patentes, copyright y derechos de autor, marcas registradas, etc.) y define, en última instancia y cada vez más, nuestras formas de distribuir socialmente la cultura, el arte, la ciencia o la tecnología. Resulta entonces una forma de regular socialmente ciertos tipos de conocimiento.

Tu último libro lleva por título Propiedad intelectual ¿Bienes públicos o mercancías privadas? ¿Qué es un bien público?

En Economía, un bien público se define como aquel que es no rival y no excluyente (su uso por parte de alguien no interfiere en el uso por parte de otro, puede ser utilizado simultáneamente sin perder calidad o cantidad). A simple vista, con cierta parte de los bienes intelectuales ocurre eso, no suscitan rivalidades y son no competitivos; lo que pone en duda, para determinados casos, su gestión privatista. Hay quien lo distingue de los bienes comunes (o del dominio público o cualquier otra etiqueta similar), que son aquellos que nos pertenecen a todos porque todos los generamos, que pueden ser disfrutados colectivamente ya que la aportación es comunitaria y cooperativa. Asistimos actualmente a la creación masiva de conocimiento que encaja bastante nítidamente en la categoría de bienes públicos y comunes.

¿La propiedad intelectual tiene que ser un bien público entonces?

Los bienes cognitivos o los productos de la actividad intelectual deben ser lo que colectivamente decidamos, no lo voy a decir yo. Pero lo cierto es que cada vez más elementos de nuestra cultura, ciencia o técnica están siendo cubiertos por el manto de la privatización. Muchos de ellos poseen características que al menos nos hacen cuestionarnos si debería ser así tanto moral (derechos universales) como técnicamente (eficacia). ¿Qué decir de una secuencia de ADN humano? ¿Y de una vacuna o un antiviral, en caso de pandemia generalizada o en un país pobre? ¿Los resultados de una investigación realizada con dinero público no deberían poder consultarse o leerse gratuitamente? ¿Las bibliotecas en tanto repositorios acumulativos de cultura tienen que cobrar por línea leída o libro prestado? ¿Qué reglas deben imperar? Y, más concretamente, ¿qué criterios determinan su acceso? El conocimiento (o, al menos una gran parte de él) en las sociedades contemporáneas tiene un progresivo cariz o naturaleza de bien público y común.


Desde movimientos como el del software libre se habla del derecho de copia.

Si fuera así, si este derecho fuera universal, ¿de qué vivirían los autores? ¿Cómo podrían organizar su vida novelistas, poetas o ensayistas?
Con frecuencia se confunde la idea de poner en duda el sistema actual de regulación de creaciones e invenciones con el concepto de gratuidad total. El derecho a copiar algo no significa que todo sea absolutamente gratis y que no existan sistemas alternativos de retribución o salarización de los creadores o inventores. Precisamente el caso del software libre es de los pocos en los que los programadores pueden distribuir libremente el código y cobrar por otros muchos trabajos o servicios sin excesivo problema. La cuestión es más peliaguda en los campos culturales, artísticos y de entretenimiento, donde la búsqueda de otras formas de pago o supervivencia es más compleja aunque ya se ensayan algunas: ayudas y financiación públicas, cobrar por los conciertos o directos, cobrar por ciertas descargas, etc.
Históricamente, muchas áreas de la producción intelectual (con la ciencia a la cabeza) han funcionado sin la necesidad de derechos exclusivos por copia, impulsando la actividad científica o cultural sin que creadores o inventores se murieran de hambre. Hemos pasado del mecenazgo a la tutela del mercado sin solución de continuidad. No obstante, el hecho de que no haya fórmulas perfectas para todos los sectores no significa que el modelo actual sea perfecto.


¿Cuáles han sido las principales disputas contemporáneas en torno a los bienes intelectuales y las invenciones técnicas?


Muchas más de las que se cree a primera vista. El capitalismo no sólo se ha convulsionado por la cuestión social o las luchas sindicales. Poca gente sabe que gran parte de las industrias culturales y tecnológicas se han fundado sobre conflictos de propiedad intelectual. Ya Diderot y Condorcet, en plena Ilustración francesa, debatían sobre la imprenta y los derechos comerciales de los libreros. Otro caso llamativo es la mayoría de los inventos posteriores a la revolución industrial como la máquina de vapor (Watt), el aeroplano de los hermanos Wright, la radio en FM, las cuchillas de Gillete, etc. La misma industria cinematográfica norteamericana se montó en la costa oeste de EEUU huyendo de las patentes fílmicas que regían la producción de películas en la costa este. Todos estos casos estuvieron atravesados por alguna patente controvertida o decisiva. Nuestro mundo industrial moderno es deudor de un sistema económico de invención científico-técnica y creación cultural que tenemos que conocer sin mitificar.

¿Desde cuándo existe una regulación como la actual en el ámbito intelectual?

Desde cierta mirada, no hace tanto; desde otra, mucho más de lo que pensamos. Nos hemos acostumbrado a imaginar que lo presente es eterno y natural cuando ha necesitado de una construcción que ha llevado, al menos, un par de siglos. La primera ley moderna de copyright es de 1709-1710 y casi todos los sistemas de patentes datan del siglo XIX o XX. Las leyes que los internacionalizan arrancan a finales de XIX y las que los globalizan definitivamente (TRIPs y similares) tienen apenas unos pocos años. Es interesante reconstruir genealógicamente la formación de esa idea apropiacionista del conocimiento desde su génesis hasta la actualidad para hacer aflorar los componentes ideológicos, sociales, políticos, etc., que subyacen.

¿Qué viene a decir el concepto de mercancía ficticia de Polanyi del que hablas en tu libro?

Recurrir a Polanyi es una simple forma de mostrar lo poco natural que es nuestra economía de mercado. El capitalismo no es solamente un tipo de organización de la producción sino que se edifica sobre ciertas ficciones útiles, asumidas e interiorizadas, que pocas veces cuestionamos (incluida la izquierda). Toda una mitología económica. Una de tales ficciones es el hecho de que todo pueda ser comprado y vendido impunemente, sin cuestionar siquiera su carácter de mercancía. Para Polanyi, tierra, (fuerza de) trabajo y dinero demuestran que hubo que inventar ciertas “mercancías ficticias” con la intención de hacer funcionar la idea de mercado autorregulado. Ahora estamos viendo las consecuencias catastróficas de que exista un mercado financiero donde el dinero opere como una mercancía más. En el libro propongo que la idea de Polanyi puede extenderse al conocimiento, pero no tanto por una cuestión de descripción analítica exacta como para visibilizar las fantasías de un orden económico arbitrario y no necesario, que ha tenido que ir transformando cualquier elemento sobre la faz del planeta en un elemento circulante supuestamente sometido a la oferta y la demanda.

¿Qué viene a decir el concepto de mercancía ficticia de Polanyi del que hablas en tu libro?

Recurrir a Polanyi es una simple forma de mostrar lo poco natural que es nuestra economía de mercado. El capitalismo no es solamente un tipo de organización de la producción sino que se edifica sobre ciertas ficciones útiles, asumidas e interiorizadas, que pocas veces cuestionamos (incluida la izquierda). Toda una mitología económica. Una de tales ficciones es el hecho de que todo pueda ser comprado y vendido impunemente, sin cuestionar siquiera su carácter de mercancía. Para Polanyi, tierra, (fuerza de) trabajo y dinero demuestran que hubo que inventar ciertas “mercancías ficticias” con la intención de hacer funcionar la idea de mercado autorregulado. Ahora estamos viendo las consecuencias catastróficas de que exista un mercado financiero donde el dinero opere como una mercancía más. En el libro propongo que la idea de Polanyi puede extenderse al conocimiento, pero no tanto por una cuestión de descripción analítica exacta como para visibilizar las fantasías de un orden económico arbitrario y no necesario, que ha tenido que ir transformando cualquier elemento sobre la faz del planeta en un elemento circulante supuestamente sometido a la oferta y la demanda.

Cambio de tercio y te llevo al escenario de los movimientos sociales ¿Qué opinión te merecen los postulados de los defensores del software libre?

Sin lugar a dudas es uno de los movimientos más interesantes de los últimos tiempos, tanto por sus virtudes como por sus vicios o, dicho de otra forma, tanto por sus éxitos indiscutibles como por los problemas que puedan aparecer al querer extrapolar y generalizar todo comportamiento social al modelo del software libre. Lo bueno y lo malo de este movimiento son sus coyunturas específicas de aplicación. Ha sabido explotar lúcidamente su modelo de producir y circular código informático cooperativamente. Sin embargo, hay quien se ha empeñado en “linuxear” toda la producción cultural o científica y, a veces, no siempre es posible.
Por otro lado, sería deseable, si no suprimir sí ser conscientes del peso que tienen algunas visiones o corrientes muy liberales (en un sentido clásico) o tecnocráticas dentro del software libre y que creo que, a mi entender, no siempre ayudan a su progreso.

Finalmente, Igor, si en esta sociedad, como suele admitirse, la propiedad es un principio normativo indiscutible, si el beneficio es el motor de todo, ¿no crees que la lucha por erradicar patentes o situarlas en un plano más razonable puede ser tildada de utopía sin base real?

Sin duda, todo intento de cambiar algo en el mundo en el que vivimos es una utopía. Y la propiedad privada no es ya una piedra angular del sistema capitalista sino un dogma de fe absolutamente sagrado. Pero no por ello debemos dejar de plantearnos, como horizonte y posibilidad, los cambios sociales. Precisamente, somos testigos de cada vez más fenómenos de cultura libre y abierta como el software libre, las licencias Creative Commons, las revistas científicas abiertas (Open Access), los repositorios abiertos de semillas, el copyleft, etc., que seguramente, unos años atrás, ni siquiera soñábamos. Nadie podía prever hace un par de décadas el florecimiento masivo de los movimientos para una ciencia y una cultura libres.

Yo personalmente, en el libro, no trato de proponer soluciones mágicas ni recetas milagrosas para erradicar nada ni imponer nada. Solo trato de mostrar el carácter conflictivo y naturalizado de determinados procesos económicos que tienen una historia y un sustrato ideológico fuerte. La única forma de intervenir para cambiarlos o decidir colectivamente mantenerlos es, como primer paso, conocerlos.

Suena a Marx, suena a comprensión excelente de la undécima tesis sobre Feuerbach. No se me ocurre mejor forma de cerrar la entrevista. Gracias por tu tiempo y por tu disponibilidad.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=74433

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